miércoles, 14 de septiembre de 2011

Dias de desesperacion.

Albergaba yo la fútil esperanza de ver un reflejo enamorado en su alma escurridiza. Obviamente en aquellos tiempos me encontraba cegado por el maldito juego de luces fantasmales que los poetas han nombrado “amor”. Fui un idiota, Ella nunca posaría su mirada pacificadora en una lacra social, en una sombra de imperfecciones y vanos lamentos. Si, es definitivo, fui un idiota. Y aparentemente lo sigo siendo, pues a pesar de la fiereza con la que lucha la Razón por destruir este sentir tan complicado y autodestructivo, la Emoción se aferra a él, obstinada, con férrea voluntad ciega. Y lo peor es que mis sentimientos ocultos luchan incansablemente por escapar a la luz de su mirada, por flanquear los obstáculos que existiesen, por salir con violencia de mis poros y manifestarse en un súbito “te amo”. Pero nunca podré dejar que eso suceda, la amo demasiado como para ponerla en una situación tan incomoda… valoro demasiado su amistad como para perderla por un fugaz capricho de adolescente incontrolable… no puedo admitir ser un títere de la inestable Emoción… que me siga guiando la Razón, pues, si bien mediante su metódico camino no he encontrado la felicidad plena, he encontrado conocimiento y desengaño, descubriéndose así ante mis ojos misterios ocultos que antes me consideraba incapaz de conocer. Amistades cercanas me aconsejan: “¡Vamos, aviéntate, intenta al menos! Ella está dándote señales, ¿que no las ves? Oye, estas siendo un cobarde, si no le dices nunca sabrás lo que Ella siente por ti. Además, en el caso de que no funcionara, si es que son buenos amigos la amistad prevalecerá”. ¡Qué buenos amigos que son, aventándome al tormentoso vacío de la incertidumbre y del -más que probable- rechazo! Y pensar que todo esto es producto de una reacción química en el cerebro, padre de la conciencia y el ser. ¡Maldita sea, maldita sea la emoción hermosa y seductora! ¡Maldita sea la luz que irradian sus ojos y que cruza mi alma como saetas benditas! ¡Maldita sea su forma de mirarme, atenta, de comprenderme, de escucharme! ¡Maldito sea lo que ella produce en mí, mas bendita sea ella, pues lo único que añoro hoy es su felicidad! ¡Bendita sea su sonrisa tan clara y afable! ¡Bendito sea su trato simpático y su forma de hablar, de respirar, de caminar, de mirar, de vivir! ¡Maldito sea este sentimiento, que me desgarra el alma adolorida que ella con su comprender estaba ayudándome a sanar! ¡Malditos sean los secretos que le conté, las miradas que con ella crucé, mi estúpida timidez! Y ahora, temblando como un canalla cobarde y ridículo, escribo esto en una máquina fría, sistemática y organizada que nunca podría expresar mi verdadero sentir.

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